El mundo del esquí se ha visto sacudido por una reciente controversia relacionada con la prohibición del flúor en las ceras para esquí, impulsada por la Federación Internacional de Esquí (FIS).

 

 

 

El flúor, presente en muchas ceras para esquí, se ha asociado con efectos perjudiciales para la salud y el ecosistema.

 

Para garantizar el cumplimiento de esta normativa, la FIS ha desarrollado un dispositivo especial que verifica la presencia de flúor en los esquís después de cada carrera.

 

 

Sin embargo, la implementación de esta norma no ha estado exenta de desafíos. Michael Gufler, jefe del departamento tecnológico de la Federación Austriaca de Esquí, ha señalado errores en los controles técnicos y mediciones inexactas.

 

 

La falta de transparencia en los métodos de prueba de la FIS también ha sido objeto de críticas. La federación no ha compartido detalles sobre cómo se realizan las mediciones, lo que ha generado incertidumbre entre los equipos y los atletas. La tolerancia establecida por la FIS es pequeña, permitiendo solo un valor entre 0 y 1, lo que ha llevado a situaciones donde pequeñas variaciones pueden resultar en descalificaciones.

 

Además, la prohibición del flúor ha abierto la puerta a posibles estrategias desleales. Beni Matti, director de Stöckli y proveedor de esquís de destacados esquiadores, advierte sobre la posibilidad de que esquiadores que no cumplen con la normativa puedan dejar residuos de flúor en las pistas, lo que podría afectar a sus competidores. Esta situación plantea interrogantes sobre la justicia y la ética en la competición.

 

 

 

Esta situación generó dudas sobre si se trató de un acto intencional o un error involuntario. La falta de claridad y la posibilidad de que terceros contaminen los esquís han llevado a un debate sobre la integridad de la competición.

 

 

La FIS deberá abordar estas preocupaciones y aclarar las ambigüedades en las reglas antes del inicio de la próxima temporada de la Copa del Mundo.